miércoles, 11 de febrero de 2009

Bolivia: Descolonizando la propia idea de Cambio


“Si estamos, es porque hemos estado” (Gamaniel Churata). No hay presente sin memoria, sin el acumulado de lo acontecido antes, sin el pasado que nos dice dónde estamos y es desde ahí que construimos el presente posible, ese presente que va configurando y reconfigurando el futuro que se construye colectivamente.

Los tiempos presentes son de profundos, complejos, dolorosos, festivos y pacientes procesos de descolonización. El presente sigue teñido de la herencia colonial y sus formas republicanas de nuestra historia. Vivimos, incluso en estos tiempos, una suerte de normalidad heredada en la que la exclusión, la discriminación, el injusto reparto de la riqueza, el saqueo del país y los bienes del Estado, el aprovechamiento de lo público en beneficio personal, la creencia en la superioridad de lo venido de afuera y que se instala primero en las ciudades, el racismo disfrazado de discursos que subvaloran la articulación política de los pueblos indígenas, etc., siguen presentes.

Esa normalidad colonial y republicana es la que ha sido puesta en crisis con el proceso de cambio que vivimos en Bolivia. Sin embargo, el cambio no ocurre de un día para otro; es un proceso paciente de descolonización de nuestras propias cabezas, corazones y pieles. Estamos porque hemos estado, es decir que hoy somos porque todavía traemos lo que fuimos. El proceso de cambio que vive el país pasa inevitablemente por una convivencia con esa herencia colonial y la necesidad de procesos complejos de descolonización en los que el Estado que vamos abandonando todavía nos seguirá dejando huellas e influirá en la acción política, en las instituciones y en nuestras vidas cotidianas.

Una amiga, una vez me dijo que lo peor era ser jefe siendo mujer, que a las mujeres se les exigía más, casi perfección en su gestión y que cualquier error era sancionado con un “ya ves, las mujeres lo hacen peor”. En realidad me decía, esos errores podrían ser mínimos respecto a los cometidos en las gestiones pasadas, sin embargo se juzgaban más duramente sólo porque era una mujer quien estaba a cargo de la responsabilidad mayor.

Algo parecido pasa cuando las voces críticas sin fundamento serio se levantan para decir que el proceso de cambio es una frustración porque no expresa el “paraíso” de la perfección que se esperaba. Este discurso suele estar presente especialmente en sectores medios urbanos acostumbrados a ser líderes y que hoy deben asumir que hay otra realidad en los actores políticos y que les toca estar fuera de las posiciones de decisión. Basta repasar declaraciones, entre otras, de Víctor Hugo Cárdenas, Mario Cossio, Mauricio Lea Plaza, Francesco Zaratti, Ximena Costas, Carlos Messa o cuantos más que se atreven a decir cosas como “no vale la pena reflexionar sobre el voto rural porque es un voto consigna”, es decir que la gente de la ciudad solo por ser urbana no vota por consignas sino que lo hace a “conciencia” (herencia colonial de superioridad racional citadina). “Los campesinos solo siguen al proceso de cambio por solidaridad étnica”, como si la gente del campo no fuera capaz de distinguir un proyecto político de otro y tomar sus propias opciones (sigue la mentalidad colonial). “Obtuvimos casi el 40% de votos por el no con fuerte apoyo urbano, por lo que hay un empate político en el país”, como si el voto de gente de la ciudad valiera más que el de la gente rural (para seguir machacando con esta bajeza colonial discursiva que sigue creyendo en la superioridad de unos pocos sobre los otros que son mayoría).

Un elemento que necesitamos descolonizarnos es la propia idea de cambio. Las culturas occidentales y modernas nos vendieron la idea de que lo nuevo surge de la nada, es una suerte de borrón y cuenta nueva, es la realización del paraíso de la perfección prometido, es lo que se llama en latín la realización de la societas perfecta (sociedad perfecta). La idea del paraíso terrenal, del mercado como mano invisible que asigna mejor los recursos, del fascismo como organización social de la superioridad, incluso del discurso comunista que se ofrecía como el estadio superior del desarrollo, son expresiones de ese discurso de sociedad perfecta surgida como negación del pasado y del presente.

Las cosmovisiones de los pueblos indígenas, esos que hoy lideran el proceso de cambio, no hablan de la idea de la perfección a partir de lo nuevo que niega el pasado. Hablan de la idea de presente mejorado, es decir de procesos que a partir de mirar y convivir con el pasado, son capaces de reconstruir los equilibrios y la vida incluyente para que todos vivamos bien. No que vivamos mejor como sinónimo de progreso infinito, sino bien en un constante proceso de equilibrios y reconstrucción de las equidades frente a las injusticias, en complementariedad tensa y festiva entre diferentes. Lo mejorado, el vivir bien, no está libre de conflictos, es más se asume al conflicto como parte inevitable del encuentro complementario entre diversos, pero incluso el conflicto solo tiene sentido en la medida que aporta a la restitución de la equidad complementaria.

El proceso de cambio todavía convivirá con muchas herencias coloniales durante un buen tiempo, así como con contradicciones y conflictos internos. Necesitamos todo un proceso para descolonizarnos. No tenemos el paraísos de la perfección, pero si una Bolivia posible muchísimo mejor y más esperanzadora que lo vivimos hasta ahora en casi 200 años de república.

El proceso de cambio afecta nuestras vidas de manera total: la institucionalidad del Estado y sus leyes, las vidas cotidianas de las personas y las relaciones que establecemos, la subjetividad y nuestras creencias, la estética y la ética, la economía y las relaciones de trabajo. Los cambios se viven también en nuestras cabezas, corazones y pieles. Todavía tenemos mucho por hacer, “con la paciencia que no tienen los flojos, pero que siempre han tenido los pueblos” (Mario Benedetti), que siga el PROCESO.

http://evolucion-bolivia.blogspot.com/

No hay comentarios: